El Ayuntamiento de Cacabelos protagonizó
ayer un singular episodio que no parece admisible en una institución que
se merece el máximo respeto de los ciudadanos. El alcalde Adolfo Canedo
anunció su dimisión alegando que sufría una situación insostenible
producto de las presiones sobre su familia. Su denuncia era realmente
grave porque supondría, si fuese cierta, una alteración notable de la
normalidad democrática de una institución pública.
Pero pocos minutos después cambió de opinión y con un auténtico
sainete político en forma de asamblea de amigos y vecinos recuperó las
ganas de seguir en la política y dio marcha atrás a su decisión.
Lo ocurrido ayer en Cacabelos merece el mayor de los reproches porque
la actividad pública exige seriedad. La gestión de Canedo al frente de
un ayuntamiento que sufre muchos problemas económicos graves
probablemente no habrá sido mala pero ya son excesivas las ocasiones en
las que se ha salido de lo que es razonable en un alcalde.